martes, 2 de enero de 2007

Une partie de campagne.
Jean Renoir,1936



Un pequeño ( sólo en duración, 40 minutos por todo concepto) poema cinematográfico, y como los mejores poemas, un poema triste. Y un homenaje visual, conmovedor y brillante, a la pintura impresionista por el hijo de uno de sus más grandes artistas, Auguste Renoir.

Estamos en 1860.Un matrimonio de edad media, su joven hija (Sylvia Bataille, en la imagen) y su prometido, a la vez empleado del padre, hacen una excursión campestre a orillas de un río. Las mujeres, cada cual a su modo, son románticas y sin advertirlo se sienten invadidas por la sensualidad de la esplendorosa mañana; los hombres, pedestres, enfrascados en gozar tontamente del momento . Un par de bañistas jóvenes entreveen la oportunidad de seducir a las mujeres, y aprovechan del trato descuidado de los dos hombres. La pareja formada por la madre y uno de los bañitas ensaya un juego no lejano a la persecusión de un entretenido fauno; la de la hija y el otro bañista es una verdadera, a la vez romántica y realista, secuencia de seducción. Pero el recreo pastoral termina cuando la muchacha, que ha experimentado por primera vez, sin buscarlo, el momento de la pasión, se enamora. Años después los fugaces amantes se vuelven a encontrar en el escenario de su capital encuentro , sólo para sentir dolorosamente la frustración de lo imposible. Tal la historia, engañosamente simple, basada en un cuento por demás característico de Guy de Maupassant, y convertida por el mismo Renoir, autor del libreto, a la vez en una exaltación de la naturaleza y un comentario agridulce sobre la condición humana; esto es, puro Renoir.

Renoir cuenta en su aubiografía, los inconvenientes que se presentaron para la filmación: escaso presupuesto, mal tiempo, finalmente lluvia constante (que sin embargo supo aprovechar genialmente para el melancólico final). Todo esto hizo que finalmente se desistiera de seguir adelante, y se acortó la duración del film, pero sin truncar su desarrollo. El resultado es una pequeña obra maestra, típica del "realismo poético", como se supo denominar a la característica central del mejor cine de la historia, el francés de la decada del 30, y también típico de su director, el más distinguido de los directores de la época y de cualquier época. Hay aquí una conjunción de forma y fondo que simplemente deslumbra. La historia es realista, la presentación, lírica, el desarrollo ajustado y sin comentarios, excepto a través de la cámara.

De nuevo, este es un homenaje a la pintura impresionista de finales del siglo XIX, la apoteosis del color y de la luz. Sin embargo, Une partie está filmada en blanco y negro. ¿Cómo puede hablarse de un homenaje a los impresionistas sin una paleta tan completa y creativa como la de ellos? Pero a Renoir le quedaba la luz. Y con una cámara maestra como la de Claude Renoir, su sobrino, famoso por sus propios méritos, y la mirada poética del director, la luz irrumpe pictóricamente y el efecto se consigue con magistral justeza. Esta es, después de todo, una gloriosa reproducción de la atmosfera impresionista en maravilloso blanco y negro. Cuando, en un momento inolvidable, la acción, que ha transcurrido en el interior de una posada, pasa a exteriores con un enfoque frontal del abrir de unas persianas, y la luz y la naturaleza irrumpen en la pantalla, Renoir logran un efecto tan mágico como Monet en algunos de sus cuadros, o su propio padre. Y, para acentuar, su propósito, en varias ocasiones Renoir recuerda en su composición pinturas clásicas de esos artistas (en la imagen). Más tarde en su carrera, con el advenimiento del color, Renoir habría de hacer un uso inimitable del recurso, haciendo honor a su sangre y sus genes en películas de otro tono (como la irónica y deslumbrante Dejeneur sur L´Herbe; se sabe, el mismo nombre que el cuadro más famoso de Manet) y, formalmente hablando, The river.
Une partie... dista de ser una película familiar, filmada de entrecasa. Toda la parafernalia de un film comercial aunque en escala menor, estuvo ahí, , como que entre sus asistentes se contaban Henri Cartier-Bresson, luego gran fotógrafo, y Luchino Visconti. Pero Renoir no vaciló en darle un toque al menos de complicidad grupal, al utilizar su jefa de montaje en un rol secundario, a George Bataille, el filósofo, en un extra, a un hijo suyo en un muchachito, y a sí mismo en el papel del dueño de la posada. De nuevo, puro, gozoso Renoir.

2 comentarios:

Juan Carlos Paradiso dijo...

Profesor:
He leído el comentario y me da ganas de ver la pelicula.
Así me pasó con su libro, que ahora me guiará seguramente (por lo menos) a Proust. Pero ¿dónde se podrá conseguir esta película? ¿Hay copias actuales en DVD?
Un abrazo
Yoni Paradiso

Héctor Alonso dijo...

Paradiso: Según Amazon.com, no existen DVD de este film, aunque sí otros de Renoir.