
Remakes I-. Nunca segundas partes fueron buenas, dice el sabio adagio filosófico, aplicable tanto a las aventuras románticas como a las novelas por entregas o a las hamburguesas dobles, y, con algo de elasticidad, a las remakes, esas segundas (o terceras), versiones de films con frecuencia clásicos, o al menos, exitosos y memorables; de otro modo ¿cuál podría ser la razón de la nueva intentona?. En ocasiones, y con ciertos films, esta habitualmente dudosa costumbre de Hollywoodland, poco frecuente en otras latitudes, merecería ser penada por la ley, y recibir condignos castigos. Por ejemplo, el responsable ser colgado de los pulgares, arrojado en el Sahara en paracaídas con una botella de agua de mar , o ver Sigfrido, el señero drama musical de Wagner, sin tener derecho a echarse un sueñecito.
Justifica estas meditaciones la experiencia de ver una remake de Rear Window una de las obras maestras menores de Alfred Hitchcok (1954, entre nosotros La ventana indiscreta), con los insustituibles James Sewart y Grace Kelly (en la imagen). ¿Qué razón podría aducirse para justificar una una nueva versión de esta encantadora película de suspenso? ¿Progresos técnicos que acentuarían sus valores?: la acción transcurre por completo en una habitación desde la que el protagonista ve un gran patio trasero. ¿Los actores pueden ser sustituídos por otros actuales, preferibles para sus roles?: risible. ¿Un nuevo director, más capacitado para el desarrollo de la historia que Hitchcok?: nauseante si no fuera inimaginable. ¿Entonces?
Oscuros pensamientos se atropellan en la mente al ver que el protagonista es aquí Christopher Reeve, luego de su terrible accidente. De modo que lo observamos en su real parálisis, con su real tubo laringeo, en lugar de un James Stewart con una simple, inocente y reversible fractura de una pierna (por lo demás de ficción). ¿ Quién pudo haber tenido esta idea, que se me aparece como sórdida y mórbida? ¡Y cúal pudo haber sido, en la cruda realidad, su intención? ¿Dar empleo al desgraciado actor? Seguramente no mostrar su entereza y coraje, ya probada vastamente en los años posteriores al accidente. De hecho, no es lo mismo ver a Reeve gratuitamente en su desgracia, que a Yul Brynner, otrora poderosa figura, apareciendo en sus horas finales para hacer valiente campaña contra el hábito de fumar que lo estaba matando.
Hollywood ha tenido siempre un extraño placer en mostrar estrellas en su decadencia,vejez, o enfermedad. Con un ojo en la caja registradora, supone, con justeza, que el público puede tener un placer nostalgico o morboso, o ambos, en ver sus héroes convertidos por el tiempo en algo muy diferente a lo supieron ser. Sin duda, las culturas pueden ser admitidamente diferentes, y en la norteamericana esa especie de exhibicionismo, que en la nuestra parece impudoroso, es vista como un acto de valentía o sinceridad. Todo se pone sobre la mesa, para contemplación de los demás.La versión de Christopher Reeve de 1988 se convierte en un transvestismo del original por su sola presencia. Lo que fué básicamente un thriller en forma de divertida comedia, se transforma en una realidad dolorosa. ¿Para ganancia de quién?
A ver, caballero, permítame sus pulgares.
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